Aragón: el reino de la garnacha
Aunque es la uva tinta española más abundante con 240.000 hectáreas, rara vez
da la cara en solitario, pero sus recientes éxitos en el Priorat han alimentado
un creciente interés por ella. Hemos catado las mejores garnachas del país para
llegar a una conclusión clara y evidente: su máxima expresión hay que buscarla
en Aragón.
Ya sea en Campo de Borja, en una ubicación tan poco asociada a variedades
nacionales como Somontano o en viñedos perdidos de esta comunidad a los que ni
siquiera ha llegado la denominación de origen, los mejores tintos de garnacha
españoles, con permiso del consagrado L’Ermita de Álvaro Palacios, se elaboran
ahora mismo en Aragón.
El “mapa” de la garnacha.
Priorat puso de moda la garnacha y recordó que esta uva “de segunda” (sabrosa,
pero no excesivamente tánica, con gran carácter frutal, pero oxidativa o, al
menos, “sensible”) podía alumbrar grandes tintos si se cultivaba en los suelos
adecuados, se limitaban considerablemente los rendimientos y se seleccionaban
cepas viejas.
Hasta entonces el único gran tinto de garnacha (que, por supuesto, jamás incluía
su nombre en la etiqueta como corresponde a la tradición europea) era el
châteauneuf-du-pape del Ródano francés.
Pero los riojanos llevaban años utilizándola como un ingrediente fundamental de
su sabio ensamblaje, hasta el punto de destacar físicamente su presencia con una
botella borgoñona para diferenciarla de otros tintos que se presentaban en
botella bordelesa. Y los Martínez Bujanda fueron pioneros en elaborar un
monovarietal de reserva que desafiaba la fama oxidativa de esta uva.
Los nuevos tintos del Priorat también optaron por la mezcla de variedades. De
hecho, es prácticamente imposible encontrar un vino en esta denominación
elaborado con ella en un 100%. Aquí la garnacha se apoya en las cariñena,
cabernet sauvignon y syrah. Uno de los porcentajes más altos se encuentra en el
ya mítico L’Ermita con un 80%; un Clos Mogador, por ejemplo, en su cosecha 2002
incluía un 37% y el Clos Martinet del mismo año un 40%.
Pero es que en los propios châteauneuf-du-pape apenas suele superar el 60 o 70%,
con la gloriosa –y muy buscada- excepción de Château Rayas. En años difíciles es
necesario apoyarla con otras uvas y para que se baste por sí misma debe proceder
de un viñedo especialmente singular y privilegiado (y, lamentablemente, parece
que no hay tantos). No queda más remedio que reconocer que los monovarietales de
garnacha no son tan habituales, ni siquiera en el ámbito del Nuevo Mundo. En
Australia se ha unido tradicionalmente a la syrah o a la monastrell y en
California debe su “resurrección” a los llamados “Rhône rangers”, un grupo de
entusiastas elaboradores de variedades mediterráneas encabezados por Bob
Lindquist de la bodega Qupé (su Purísima Mountain Vineyard es garnacha al 85%) y
Randall Grahm de Boony Doon.
Y esto en lo que respecta a los “grandes” vinos. ¿Pero qué pasa con el resto de
miles de hectáreas plantadas en todo el mundo y especialmente en España? El
“señorío” de la garnacha se extiende generosamente por Cataluña, Aragón, Navarra
y Rioja, y va difuminándose a medida que avanza hacia cotas más meridionales (Mancha,
Valdepeñas, Levante...), aunque está bastante presente en Méntrida, Toledo,
Ávila y la subzona madrileña de San Martín de Valdeiglesias.
Toda esta garnacha quedaba diluida en distintos ensamblajes o se empleaba para
hacer vinos más o menos corrientes. Los navarros, que la tenían en demasía,
sacaron provecho de ella para hacerse un nombre con los rosados, pero en el
capítulo de tintos empezaron a sustituirla por nobles variedades foráneas. Sólo
algunos elaboradores se han atrevido hasta la fecha a recuperar su patrimonio de
cepas viejas.
En Aragón, sin embargo, las uvas foráneas no entraron con tanta fuerza y la
garnacha se fue consolidando como base ideal para elaborar vinos opulentos y
sabrosos a muy bajo coste que enseguida empezaron a llamar la atención de los
avispados compradores ingleses. La denominación que ha liderado el camino hacia
la calidad en este sentido ha sido Campo de Borja, favorecida por las ventajosas
ubicaciones de sus viñedos en laderas que permiten combinar mucha fruta, alcohol
y frescor. De ahí a la recuperación de su patrimonio de garnachas “centenarias”
sólo quedaba un paso.
¿Qué tiene la garnacha?
La garnacha es una uva agradecida en todos los sentidos. En el viñedo es
especialmente “sufrida”, capaz de soportar las situaciones climáticas más
adversas (el sol sofocante y vientos tan molestos como el cierzo de Aragón o el
mistral del Ródano), necesita poco agua y crece sin problemas en los suelos más
pobres.
En la copa ofrece una buena expresión de fruta madura y puede aportar una
agradable nota floral que recuerda las violetas, aunque si tuviéramos que
quedarnos con una característica clave, sería su “sabrosidad” en boca. Elaborada
con un mínimo de cuidado nos regala una textura aterciopelada y unos taninos
redondeados y frutosos. Los vinos que con ella se elaboran suelen ser llenos y
amables en boca, muy para tomar y disfrutar. El patrón encaja perfectamente con
el vino que pide hoy el consumidor y la sitúa, en definitiva, en la
quintaesencia de lo mediterráneo; un título que sólo podrían disputarle la
monastrell y la syrah.
¿Es esto suficiente para conseguir la excelencia? Si queremos que este tinto
frutal, rico y amable alcance otras alturas, necesitará la ayuda de suelos y
paisajes singulares (Priorat y las laderas del Moncayo son un claro ejemplo en
este sentido), además de una moderación importante en los rendimientos y,
necesariamente, la personalidad inimitable de las cepas viejas. Y este
patrimonio es realmente escaso.
Pero la receta sirve bastante bien al propósito de alcanzar los niveles de
concentración característicos de los priorats o los que exhibieron algunos de
los mejores tintos de la cata y que pasamos a describir a continuación.
Sólo comentar antes que el nivel de los tintos presentados fue bastante alto e
incluso los ejemplos más sencillos respondieron en general a la tipicidad de la
variedad. Se buscaron monovarietales de garnacha y tintos en los que fuera la
uva mayoritaria (sólo el Secastilla de Somontano y el Montazo de San Martín de
Valdeiglesias incluían otras variedades) y, finalmente, al ser su participación
bastante menor, no seleccionamos ningún vino del Priorat.
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